IDENTIDAD INSULAR Y MUNDO ATLÁNTICO: LOS IRLANDESES EN TENERIFE EN EL S. XVII
Dr. Javier Luis Álvarez Santos
Del Centro de História d'Aquém e d'Além-Mar
La historiografía insular de las islas de la Macaronesia ha enfatizado el papel de la población foránea en la vertebración de las relaciones de estos peñascos con su entorno. Conocido es el papel de los archipiélagos de Canarias, Madeira, Azores y Cabo Verde en la consolidación de las comunicaciones e intercambios en el Atlántico desde finales del siglo XV. Estos circuitos oceánicos que pasaron por las islas estuvieron en gran medida en manos de agentes procedentes de fuera, que no eran ni castellanos –en el caso de Canarias- ni portugueses –en el caso de los archipiélagos lusos. Así, numerosos estudios han puesto en valor la presencia de distintas comunidades europeas asentadas en las islas. Italianos, flamencos, franceses, ingleses, … han sido colectivos ampliamente analizados por los historiadores insulares para el período de la Edad Moderna. Sin embargo, estos estudios sobre comunidades no ibéricas en los archipiélagos atlánticos se han caracterizado por emplear un método de abordaje compartimentado. La vasta bibliografía sobre “extranjeros” en las islas se ha empeñado en tratar a cada comunidad como un sujeto aislado, sin vínculos ni relaciones con otros grupos foráneos y, menos aún, con la sociedad local. Por otro lado, estos estudios generales sobre las diversas comunidades establecidas en los territorios insulares han venido valorando el peso de cada colectivo según el carácter mercantil de cada uno de sus miembros sin realizar un estudio global sobre el aporte económico y cultural de estos individuos a la sociedad insular que les acoge.
Este
estudio sobre los irlandeses en Tenerife tiene dos objetivos. En primer lugar,
aproximarnos a la realidad de esta comunidad no castellana en el contexto
insular castellano en un periodo en que, tradicionalmente, la historiografía ha
desestimado su presencia y su dinamismo en el Archipiélago en detrimento a la
gran emigración irlandesa del siglo XVIII. En segundo lugar, a partir de las
actividades desarrolladas por esta comunidad desde la Isla, nos interesa saber
las relaciones que establecen, tanto con otros irlandeses como con otros grupos
de no castellanos, así como dentro y fuera del espacio insular.
En
cuanto a la cronología de este trabajo, se centra en la primera mitad del siglo
XVII. Recordemos que es en este periodo cuando se consolidan las relaciones en
el Atlántico. Particularmente, coinciden estos años con el auge del comercio de
vinos de la isla de Tenerife hacia el Atlántico, tanto a puertos americanos
como europeos. Por otra parte, en el contexto irlandés, se encuadra este
estudio entre dos grandes conflictos: La
guerra de los Nueve Años irlandesa (1594-1603) y la rebelión irlandesa de 1641
y conquista de Irlanda por Cromwell en 1649. Por último, no debemos olvidar que
esta cronología coincide con un periodo de paz entre la Monarquía Hispánica e
Inglaterra, tras la firma del Tratado de Londres de 1604, y que perdurará -casi
ininterrumpidamente- hasta el 1655, permitiendo la regulación del comercio
entre ambas naciones.
Esta
investigación se sustenta sobre un análisis exhaustivo de la documentación
notarial para la isla de Tenerife, conservada en el Archivo Histórico
Provincial de Santa Cruz de Tenerife. Para este estudio hemos realizado dos
tipos de catas en las escribanías de los principales núcleos poblacionales de
la Isla. Primeramente, hemos escogido un escribano para cada población y que cuyo
oficio tuviera cierta perdurabilidad en el tiempo. Para La Laguna, capital de
la Isla, analizamos los legajos de Rodrigo de Vera Acebedo (1608-1612) y
Salvador Fernández de Villarreal (1613-1644), mientras que para Garachico
abordamos los protocolos de Salvador Pérez de Guzmán (1608-1630). La segunda
cata en la documentación notarial es de tipo cronológica. Analizamos todos los
legajos disponibles para los periodos 1603-1604 y 1625-1626. Con este abordaje
bianual pretendemos conocer la incidencia de dos hechos puntuales en las
relaciones canario-irlandesas: el Tratado de Londres de 1604 y la guerra entre
Inglaterra y la Monarquía Hispánica iniciada en 1625.
En
total, hemos localizado 21 documentos notariales relativos a irlandeses en
Tenerife, concentrándose su mayoría -diez- en el año 1625. Asimismo, La Laguna
–capital de la Isla- produce el mayor número de escrituras, con 13. En cuanto a
la tipología documental, destaca el carácter mercantil de éstas. La mayor parte
de los documentos son poderes, otorgados tanto entre irlandeses como a otros
individuos no coterráneos, así como obligaciones, fletamentos y compra de
vinos. Por el contrario, no aparecen acuerdos –como dotes o testamentos- que
nos muestren indicios de un proceso de arraigo.
Cuantitativamente,
estos 21 documentos pueden parecer un número relativamente bajo. Pero si
comparamos estos datos con la huella documental dejada por otras comunidades en
la Isla vemos que su dinamismo está a la par. Por ejemplo, si tomamos como
referencia la cata bianual 1625-1626 para la ciudad de La Laguna, vemos que las
11 escrituras de irlandeses ante los escribanos es similar a la de grupos tan
relevantes como los flamencos -16- e, incluso, por encima de otros como los
italianos –6.
Como
ya hemos apuntado, la historiografía ha incidido en la relevancia de la
comunidad irlandesa a partir del siglo XVIII. Así, el historiador Guimerá
Ravina apuntaba en 1985 en su obra Burguesía
extranjera y comercio atlántico: la empresa comercial irlandesa en Canarias
que “en el padrón municipal del Puerto de la Orotava, realizado en 1780, los
diez “comerciantes”, que figuran como tales, son de origen irlandés”. Sin
embargo, nuestro estudio viene a demostrar la existencia de una importante
colonia irlandesa en la Isla a comienzos de la centuria anterior. Hemos
localizado un total de 14 irlandeses en la documentación notarial analizada
para la primera mitad del Seiscientos. Concretamente, todos ellos aparecen
entre 1608 y 1635, acentuando su presencia en la década de los veinte. Estos
datos coinciden, como hemos dicho, con el período de mayor comercialización de
caldos isleños y, también, con el conflicto anglo-español. Este contexto habría
favorecido e impulsado la presencia de esta comunidad en el Archipiélago. A
este respecto, cabe destacar que todos los individuos que indican su profesión
en la documentación –7, se dedican a actividades mercantiles, ya sean
comerciantes o maestres de navíos.
En
cuanto a la temporalidad del establecimiento y el arraigo de los miembros de
esta comunidad en la Isla, pocos datos nos arrojan la documentación notarial.
Todos ellos aparecen citados únicamente en un único año y se les refiere como
estantes o residentes en alguna población de la Isla –mayoritariamente La
Laguna. No obstante, la excepción la localizamos en Roldán de Arroldo, un
irlandés que encontramos en los documentos entre 1619 y 1626. En este individuo
observamos un proceso de arraigo que, quizás, fue similar al de otros
coterráneos. En primer lugar, aparece referido como residente en Tenerife,
denotando el carácter temporal de su establecimiento. Sin embargo, años
después, se le alude, primeramente, como vecino de El Realejo de Abajo y,
finalmente, como vecino del Puerto de La Orotava. Esta última población destaca
como uno de los principales puertos de la Isla para el comercio exterior y
núcleo de asentamiento de buena parte de los comerciantes no insulares, sobre
todo de irlandeses en la siguiente centuria.
La actividad comercial fue el principal desempeño de estos irlandeses en la Isla. Exportarán vinos de Tenerife, especialmente el malvasía, e importarán textiles, maderas y vivieres para el abastecimiento de los insulares. Pero, sobre todo, cabe resaltar las redes mercantiles transnacionales y trasfronterizas en las que participan desde el Archipiélago. Observamos que no sólo mantienen fuertes contactos con otros irlandeses o con familiares en Irlanda. Esta asociación mercantil es mucho más compleja, enlazando los intereses –y las necesidades- insulares con el comercio atlántico. Los irlandeses establecidos en la Isla mercadeaban y creaban compañías con flamencos, italianos o franceses igualmente establecidos en Tenerife. De la misma manera, comerciaban con portugueses, incluso con mercaderes ingleses, asentados en Lisboa.
Ejemplo
de esta densa red lo encontramos en los tratos que realiza el irlandés Nicolás Blac
desde Tenerife. En 1620, recibió un poder en causa propia del mercader flamenco
Pedro Guillete, establecido en Tenerife, para cobrar de su primo, Antonio Blac,
vecino de Galway, 1800 reales para cobrar un flete de bacalao desde Irlanda a
España. En el mismo flete, el veneciano Esteban Albertos, también arraigado en
la Isla, había financiado el negocio, pero fue el francés Domingos Bolmeau
quien se comprometió a pagárselo, como abonador, al italiano. Un año después,
el mismo Nicolás Blac, otorgaba esta vez un poder a dos regidores de la Isla,
Luis y Andrés Lorenzo, portugueses, y a Alfonso Rodríguez, vecino de Lisboa,
para cobrar en la ciudad portuguesa de Juan Ginés una letra de cambio. En este
acuerdo aparecen como testigos dos figuras relevantes en las relaciones y
vínculos con la Isla, los ya citados Esteban Albertos y Pedro Guillete.
En
conclusión, observamos la existencia de una importante colonia irlandesa en la
isla de Tenerife a comienzos del siglo XVII vinculada al periodo álgido del
comercio de vinos canarios. Esta comunidad se relacionaba con otros grupos
establecidos en la Isla y generaba con ellos una destacada actividad comercial,
independientemente de la nacionalidad de aquéllos. Por tanto, a partir de estos
lazos transfronterizos se construyeron nuevas formas de identidad sobre un
espacio tan característico como son las islas atlánticas.
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